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Mensaje por Vestus Lun Jun 23, 2014 2:26 am


You better know your place.

Incluso el cielo era distinto. No era tan notable, pero si se prestaba mucha atención, entonces aquello resultaba más que obvio: el cielo de Ehlysea era diferente al que antes conoció. Viajar de noche no era su hobby preferido, pero en muchas ocasiones resultaba más gratificante caminar mientras el sol no estaba presente. Claro que en cualquier situación hubiese conseguido un transporte para llegar rápido a Ruber, pero había decidido intentar ser un poco más humilde, según él; pues en realidad, quería viajar todo el camino por sí mismo porque sabía que de esa forma podría llegar a ser más divertido. Además, le agradaba ir caminando y escuchar a la gente en los pequeños poblados, o aquellos que eran nómadas, independientes; pues nunca faltaba aquél que mencionaba a "el Dios Vestus"... "Deberías pedir la bendición de Vestus". Se sentía engrandecido, obviamente, la lacra social debía saber de él, a pesar de que se había encargado de que sólo unos pocos conocieran su apariencia física. Claro que a veces lo que la gente decía no era del todo agradable, había muchos seres en contra de las guerras, y por tanto, en contra del Dios de la misma; pero él no le daba importancia, aquel odio que sentían por él era infundado, pues nunca había hecho nada para ayudar a alguien, pero eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Vestus nunca se dio a la tarea de visitar a ninguno de los reinos, prefería estar en lugares más bien desolados, pero se había informado mucho acerca de Ruber; para él, un reino que vive en el combate y con tanto "mal" renombre, significaba un paraíso. Tenía la ligera sospecha de que se sentiría como en casa.

En esos momentos, su preciosa y pesada armadura no era muy cómoda, pues conforme se acercaba a dicho reino, el calor iba en aumento y no había nada que pudiera evitarlo. No estaba acostumbrado a temperaturas tan altas, así que en más de una ocasión pensó en quitarse la armadura, pero tampoco quería dejarla tirada por allí. El viento soplaba con algo de fuerza, pero era un viento caliente y sofocante a la vez. Podían olerse ya los gases que salían de los volcanes que habitaban los alrededores de Ruber, y casi podía escuchar los gritos de los seres que se entrenaban para el combate. A la distancia podía ver aquella gran muralla que protegía la gran ciudad roja, aún quedaban algunos kilómetros por recorrer, y a la mitad del camino, estaba el último punto de control, que consistía en un pequeño poblado con escasas casas, tiendas con medicinas y agua, incluso había una pequeña posada. Los locales podían contarse con los dedos de las manos.

Caminó por el sendero que parecía haberse hecho de forma natural. Este estaba rodeado por aquellos establecimientos. Primero se encontraba la posada, algo austera pero parecía tener más de un par de cuartos. Había una tienda de medicamentos y hierbas, otra que vendía distintos tipos de bebidas, y otra que vendía armas pequeñas y compactas, así como ropa para batallar, sólo que ligera y más apta para las condiciones que se vivían en ese infierno. Aquellas armaduras tan cómodas llamaban su atención, pero no podía permitirse usar algo de tan baja categoría, mucho menos podía usar ropa que probablemente fue usada antes, sin mencionar que no encontraría nada que satisfaciera su ojo, nada que se apegara a sus gustos vanidosos. Resopló, fastidiado y continuó caminando. —¡Quítate! ¡El cuarto de la posada es mío!— Exclamó alguien a sus espaldas, parecía la voz de una persona agitada, y de repente, sintió un golpe en el hombro. Así que se referían a él. Vestus recuperó su compostura en cuestión de microsegundos, pero no sabía cómo reaccionar ante aquella conducta tan inapropiada en contra de un Dios, por una parte, pudo haberlo aniquilado en un abrir y cerrar de ojos, no era más que una escoria ante sus ojos y ante sus habilidades, pero no quería llamar tanto la atención, y ya de por sí, su vestimenta tan brillante y su apariencia tan refinada ganaba muchas miradas. Reprimió sus impulsos tanto como pudo, mientras apretaba los puños con fuerza. Había algo de gente en las tiendas, que deprisa prestaron atención al grito y a la escena. Los orbes carmín del rubio casi penetraban la espalda del hombre que corría hacia la posada.

Chasqueó la lengua y comenzó a caminar hacia la posada. ¿Qué le importaba llamar la atención entre esas escorias? Se había estado limitando en vano. Sus ojos reflejaban molestia, y su sangre hervía de excitación al saber que tenía una excusa para acabar con alguien y para sembrar el terror en todos los cercanos. Dudaba en realidad que algo lo detuviera. Su paso se hizo más rápido, ignoraba todas las miradas y todos los susurros, ahora estaba decidido, sabía lo que debía hacer. Cuando entró en dicha posada, miró que dentro, en la recepción estaba ese hombre y junto a él había una chica de espaldas. No prestó atención a la fémina, sólo caminó recto hacia el sujeto de antes, colocó su mano en el hombro del contrario y lo giró hacia él, para depositar un fuerte golpe en su mandíbula derecha, golpe que lo llevó al suelo en cuestión de segundos. —Conoce tu lugar. Escoria—. Dio una media vuelta y se preparó para salir de la posada.
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